Como docente con años de experiencia, he sido testigo de cómo la educación ha evolucionado y de las áreas en las que, a mi juicio, aún se pueden realizar mejoras. Lo que propongo no pretende ser un dogma; más bien es una invitación al debate y a la reflexión.
1. Una ley educativa clara y concisa
El primer cambio que haría sería redactar una ley educativa sencilla, clara y comprensible. La legislación educativa actual es excesivamente extensa y complicada. Leyes largas y farragosas hacen difícil su comprensión incluso para los mismos docentes, que muchas veces no saben con certeza qué se espera de ellos. Además, el lenguaje utilizado es, a menudo, vago e impreciso, lo que genera confusión y deja lugar a diferentes interpretaciones. ¿Cuántas veces nos encontramos discutiendo con colegas sobre lo que realmente quiere decir la ley?
Por ello, la nueva ley debería ser corta, clara y sin ambigüedades, permitiendo a todos los docentes consultarla fácilmente y aplicarla de manera uniforme.
2. Incentivos para el profesorado más allá de la antigüedad
En el sistema educativo actual, la única manera de "prosperar" como profesor es cumpliendo años de servicio. Cada tres años te suben el sueldo, cada seis años te dan más puntos. Este sistema premia la antigüedad sin considerar el esfuerzo o la dedicación del docente.
Propongo un sistema que incentive al profesorado de forma diferente. Por ejemplo, se podría evaluar a los alumnos al principio y al final del curso para medir el progreso y vincular este resultado con los incentivos del profesor. También sería necesario premiar la formación continua del profesorado, no solo a través de cursos oficiales, sino dando valor a la verdadera formación que enriquece la enseñanza.
3. Una jornada escolar equilibrada
Propondría una nueva estructura para la jornada escolar, dividiendo el día en dos bloques:
Tres primeras horas: aprendizaje teórico. Durante estas primeras horas, el enfoque sería el aprendizaje tradicional de asignaturas como ciencias naturales, sociales, humanidades, y matemáticas. Aunque parezca anticuado, aprender a tomar apuntes y escribir a mano es un ejercicio crucial para desarrollar habilidades de síntesis, comprensión y organización.
Tres horas siguientes: proyectos y competencias. En la segunda mitad del día, los estudiantes trabajarían en proyectos prácticos donde aplicarían lo que han aprendido en la mañana. Actividades como la creación de un huerto escolar, la grabación de un podcast o la realización de una obra de teatro ayudarían a desarrollar competencias esenciales para su vida diaria.
La clave es que ambos bloques tendrían la misma importancia y peso en la evaluación final del estudiante. No se trata de elegir entre aprendizaje teórico o competencial, sino de encontrar el equilibrio entre ambos.
4. Priorizar las humanidades
En un mundo cada vez más dominado por la inteligencia artificial y los avances tecnológicos, creo que es vital no perder de vista la importancia de las humanidades. Las disciplinas que estudian al ser humano, como la historia, la filosofía o la psicología, son esenciales para comprender quiénes somos y cómo nos relacionamos en sociedad. En este sentido, las humanidades deberían tener un papel central en el currículum educativo, ya que ayudan a los estudiantes a desarrollar una visión crítica del mundo y a reflexionar sobre su identidad y su papel en él.
Los cambios que propongo no son la única solución, pero sí un buen punto de partida para repensar cómo podemos mejorar el sistema educativo. La clave está en encontrar un equilibrio entre la teoría y la práctica, entre lo tradicional y lo innovador, y, sobre todo, en poner al profesorado en el centro del sistema con un reconocimiento adecuado a su labor.
Espero que esta reflexión te haya hecho pensar sobre el futuro de la educación. ¿Tú qué cambiarías? Me encantaría conocer tu opinión. ¡Hasta el próximo episodio!