Luchar contra el bullying no es tan fácil

LUCHAR CONTRA EL BULLYING NO ES TAN SENCILLO

Este es uno de esos temas que, cuando escucho a un experto hablar de cómo se hace, siento una tremenda frustración. Porque la verdad, yo no lo veo tan sencillo como lo ve la mayoría. Este tema tiene demasiadas aristas; cada caso es particular, no puede haber un protocolo para todos los casos porque cada uno es demasiado especial. Por eso siento la frustración que encuentro como docente, y es que no veo tan claro hacer lo que dicen que hay que hacer.


En el bullying o acoso siempre hay dos constantes:


Como animales que somos, tendemos a abusar de aquel al que percibimos como débil. Es difícil que alguien inicie una pelea con otro al que percibe como más fuerte; abusamos de la persona que sabemos que no tiene capacidad de respuesta.


Y otra constante, y esta es la más dolorosa….


Fíjense que estoy hablando en primera persona del plural, y es que la persona que acosa no es consciente de que está acosando, y digo que esto es doloroso porque, si lo pensamos, podemos concluir que a lo mejor nosotros hemos participado en una situación de acoso y no nos hemos enterado.


Si a la mayoría nos preguntasen: “¿Has presenciado alguna vez una situación de acoso?”, responderíamos que sí, pero si a continuación nos preguntasen: “¿Has participado alguna vez en una situación de acoso?”, la mayoría responderíamos inmediatamente: “Por supuesto que no”, e incluso nos sentiríamos ofendidos. Pero algo falla entonces; si todos presenciamos situaciones de acoso, pero ninguno participa en ellas, ¿quiénes son los acosadores?


Siempre he comprobado esto en las situaciones de bullying en las que he tenido que actuar. Cuando he hablado con los alumnos intentando concienciarles de las consecuencias de sus actos, estos siempre reaccionan negando participar en esa situación, siempre niegan el haber acosado, siempre restan importancia a sus actos…. No hay ninguno que te diga: “Sí, profe, yo he acosado al compañero”.


Obstáculos a la hora de atajar el bullying


Y aquí, como profesor, ya te encuentras con la primera dificultad para frenar el bullying, y me refiero a cuando el grupo entero niega la mayor y te responden con todo tipo de argumentos que siempre van dirigidos a quien sufre el acoso, cargando sobre la víctima toda la culpa. El grupo se refuerza entre sí, se convencen de que la culpa es del acosado, y ante el profesor todos son testigos de que la víctima es, en verdad, culpable. Pero lo peor de todo es que cuando intentas tratar el tema con el grupo (aprovechando que el acosado está ausente por algún motivo), sientes que la situación ha empeorado, que ahora se ha avivado la llama, que el tema está más presente en las mentes de los alumnos y que lo que tú intentabas que resultara en una actividad para concienciarles de que lo que hacían estaba mal, acaba teniendo el efecto contrario.


Así que el diálogo en grupo falla, pero siempre tenemos la opción drástica y efectiva de colocar varios partes disciplinarios que seguramente desemboquen en una expulsión temporal, pero es que a veces eso puede reforzar el odio a la víctima, que aún puede ser vista con más razón como la culpable de todo. Por lo que esta solución tampoco es tan simple.


Por otro lado, como todo en la vida, he visto situaciones que rayaban el esperpento. Está bien que sea una prioridad del sistema escolar luchar contra el acoso, pero al haber tantas campañas de prevención, a veces nos hemos ido al extremo; y es que he visto a muchos alumnos que, ante la mínima mirada de desprecio de un compañero, te vienen y te dicen: “Profe, Fulanito me está acosando, ponle un parte para que lo expulsen del instituto”. Y si les dices: “No, Pepito, eso no se puede llamar acoso, tan grave no es. Hablaré con Fulanito para ver qué ha sucedido”, entonces Pepito responde: “¿Cómo? ¿No le pones un parte? ¿No le vas a expulsar?”. Y Pepito, que está en primero de la ESO, me da una lección de lo que es la justicia y de cómo debería obrar.


También he tenido padres que, ante las pésimas notas del hijo y su falta de trabajo, rápidamente te dicen: “A mi hijo lo están acosando”. Y como profesor sabes que el hijo ha suspendido siete porque en clase nunca te atiende, no trabaja, no hace las tareas, y a menudo falta. Ante lo que te dice el padre, indagas, preguntas a otros profesores, a otros compañeros del alumno, y en los siguientes días no quito la mirada de ese alumno que se supone que está siendo acosado y veo que se lleva bien con todos, que nadie le habla mal. Pero los padres me insisten: “Suspende siete porque le acosan”.


Y luego también es difícil diferenciar algunas situaciones. ¿Qué pasa con aquellos alumnos que tienen falta de habilidades sociales? Aquellos alumnos que, ante un gesto amable, responden de una manera desmesurada o que, si se les gasta una broma inocente, la entienden como un ataque. Esos alumnos, que no han aprendido a relacionarse en grupo, acaban sufriendo el rechazo del resto. ¿A eso se le puede llamar acoso? ¿Hay diferencia entre el bullying y el rechazo social? ¿Son la misma cosa? Porque que un grupo te rechace puede doler tanto como el peor de los insultos. Entonces, como profesor, ¿qué haces? De nuevo, obligar a un grupo a que acepte a un compañero puede tener el efecto contrario.


Mi protocolo contra el bullying


Lo que voy a decir está basado en mi experiencia; seguro que se puede hacer mejor, y no descarto que varíe en el futuro. Mis pasos para atajar el acoso escolar en mis tutorías son los siguientes:


Lo primero es tener dos conversaciones paralelas. Si hay un grupo que está acosando, escojo a dos o tres de ese grupo, escojo a los que considero que tienen más influencia. No hablo con el grupo completo; como ya he explicado, esto solo sirve para reafirmar al grupo y todo termina en una hora de cotilleo. Así que, por separado, hablo con dos o tres y no les regaño ni les echo ninguna bronca. Entonces, les pregunto por lo que está pasando con Fulanito y lo que hago es, como tutor, pedirles su ayuda. En ese momento no soy un profesor que abronca, soy un profesor que les pide ayuda. Les explico que esa persona lo está pasando mal y que tenemos que intentar que eso cambie. No les pido que se conviertan en sus mejores amigos, solo que respeten a esa persona.


A veces he encontrado que esta simple conversación puede terminar o reducir el problema; a menudo, el comportamiento de dos o tres puede marcar el del resto del grupo.


A su vez, tengo una conversación con la víctima y le explico algo que todos comprendemos con el tiempo y que, cuanto antes lo haga, mejor. Las situaciones de acoso van siempre hacia la persona débil, y esta, cuando recibe ataques, responde rápidamente a la defensiva. Es normal, se siente agredida y no está mal. El problema es que, si demuestras que todo te afecta, le estás indicando al agresor que está en la línea adecuada. Para nada le estoy diciendo que se trague los ataques y que no se defienda, solo intento hacerle entender la naturaleza humana. Solo con eso podrá tener una mejor medida de cómo funcionan las relaciones. Por eso siempre le digo: si un compañero te dice algo, la primera vez pasas y no respondes; a la segunda, vienes a mí, que le pondré un parte.


Habiendo hablado con unos y otros, espero. Al cabo de una semana, pregunto a los alumnos del grupo con el que tenga más confianza y les pregunto por la situación. Ahí puedo medir si ha habido alguna mejora. Si es así, dejo que la cosa fluya y ya no toco nada más, porque si te descuidas, lo empeoras.


Si la situación continúa, la segunda conversación con los acosadores ya no es amigable. Ahí ya les digo que o cesan o les pongo un parte y pediré a la jefatura que los expulse.


Y si la situación continúa, acudo de forma directa a jefatura de estudios y recibo las instrucciones de lo que pueda hacerse.